
Pablo, nació, casi como el siglo XX, sin que nadie lo esperase. Pablo era un hombre de agua, de rió, del Jarama, del signo de la espiga, de donde se junta el trigal con el arcó iris, del barro y la lámpara de aceite. Pablo fue a la escuela, hasta los siete años, tenia como electricidad las estrellas, para garabatear palabras en una cuartilla sucia.
A su tío Emilio, le vistieron con un traje blanco de Nailon, un fusil máuser y un billete de guerra a Cuba, a combatir entre la caña y el fusil de los rebeldes de la manigua. Pablo contaba que siempre estaba cantando, entre el arado y la tierra destripada, como aquellos compañeros, que desembarcaron en Barcelona, en un barco impregnado en vapor, llenos de remilgos en el uniforme, con pies de malaria y abandonados por la Corona, pero no por la música y la alegría del regreso. Pablo vendía, con una carreta, los productos de la Vega, de las entrañas y las venas del campo. Se sentaba debajo de las higueras a dibujar, las mismas higueras que le daban sombra, el mismo rió, que se juntaba a su piel y en donde dejaba el alma nadando. A Pablo, como aun hijo de su siglo, le llamaron a filas, con un petate de piojos y un destino al Larache, protectorado en Maruecos, de una corona de truhanes, que mandaba a sus súbditos a morir, por un risco o un monte construido de piedras. Pablo, se perdía por los zocos, por la Grifa y el vino , la vida cuartelera y los paqueos de los moros. Y en ello, el Rey, como quizás todos los reyes suelen hacer, cuando agotan el trono, cuando saquean su Reino, partió al exilio, con maleta y sin corona.
Pablo volvió a su aldea, cercada de cereal, de chopos en vísperas de la cosecha.
Pablo, detecto amor, en su corazón y se esposo, como hacen los amantes antes de pasar por el altar, con la noche, como testigo mudo, la luna y los pajares. En Febrero de 1936, Pablo, salio elegido, concejal, sin sueldo, concejal del pueblo.Y en ello, llegaron sones de cuartel, de sotanas y el Frente de Gredos, el hielo portado en los huesos, las balas segando trincheras y desde aquellas posiciones regadas de obuses, ha Teruel, sepultado de nieve y de allí a la sierra del Espadan, a contener el empuje de los ejércitos mutilados de libertad, los peñicos, las ráfagas de mortero y cae herido, por no dejar un palmo de la Republica en manos del yugo enemigo. Valencia, el Mediterráneo, con sonrisa de sol, la brisa de sal, el cielo cargado de bombas, el hospital. Pablo deja la cama, las vendas y se marcha a la batalla, a los puertos de Castuera y el Calabazar, a cerrar brechas, a bayoneta. Asoman nuevos golpistas, Cartagena, 206 Brigada Mixta, Pablo, cree que su vida, quedara tumbada a la entrada del arsenal de la ciudad marinera, que la muerte esta tocando a la puerta de sus pupilas.
Cartagena sigue leal, es de Negrin. Marzo, cae, se desliza a paso de reja y de cerrojo.
Un día, uno de esos que jamás vio la línea de la batalla, que no conoció el olor de la pólvora, dice que todo acabado, que cada uno a su hogar, pero para ellos, soldados de un estado desaparecido, de un pueblo preso, su hogar será el presidio, las cunetas y las tapias acribilladas de desesperanza. Por los caminos de esa Castilla hecha de olivos y encinas, llega a su pueblo, escondido, ahora es un fugado de la nueva España. Camisas azules, vienen a buscarle, Ocaña, Alcalá de Henares, la soledad del preso, del condenado y la libertad cautiva, después de cinco años, su pueblo, es una sacristía de luto, de silencio, de derrota. Pablo ahora solo tiene el campo, como sin fin libre, las ovejas, la huerta y las llanuras que deja el surco, es un reo en la calle. Pasó el siglo, su siglo y pensó que uno muere con su siglo y un día de Enero del 2003, paro su corazón, lo paro de invierno, algo alejado, de la luz del sol, del jarama y del trigo verde de Abril, que le vio nacer, en donde aprendió amar y donde un día decidió luchar. En su entierro se coló la libertad.