
Ana Belén, bolero rodado de luna, sonrisa viva, voz de azúcar y pastel. Le canta a Puertas de Alcalá, asociada de milicianos y a caballo de rey, a una Italia navegada de letra y a una Cuba prendida de sierras y barbas. Es lo pasos de Dolores Ibarruri en Madrid, es la ola que lleva a puerto al marinero y la palabra que pone ladrillo en la muralla a la daga y al puñal. Ana Belén, musa de mitin, hilo musical de la gaviota y de las camisas blancas, dúo de abuelos picadores y paisanos de mina.
Dedico estas letras a esa Ana Belén, que fue el primer imaginado beso adolescente de una España difícil de libertad. Esa Ana Belén, que despreciaba el oro trajeado y de oficina y que hacia de su escenario una cadena de manos juntas, de poema y puño cerrado.