En el Ebro,
no luchan los fusiles,
ni el plomo de la bala,
combaten corazones
impulsados por el agua.
No clava la bayoneta,
en la tierra seca
aturdida de soles,
y se hunde el viento,
en la mano abierta,
llena de trinchera desolada.
Empuña Julio el Ebro,
siluetas de soldados,
ensangrentados de orilla,
y cadáveres de juncos,
al raso de la mañana.
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